Del maestre del sueño y del delirio El látigo en mi espalda, doloroso, Ha florecido; estrella del cielo dormido, Con el maníaco destello de lo virtuoso.
Mis labios comienzan el ritual Y mi lengua las palabras evoca; Arquitectónicas columnas del umbral, Del vacío cósmico de mi oscura boca.
Olas amargas agrietan la fibra De mi afiebrada carne, presa de la pavura; Mientras la muerte se acerca y abre la plica Las órbitas de mis ojos centellan locura.
¡Oh Dios mío! ¡Espectral ser averno Que arrastra, en su roja mirada, el diabólico Estruendo de las troneras del infierno!