La noche me invade
como un mar obligado buscando su orilla.
De lo más pesado de la memoria,
de las australes sombras,
hasta la parte más indefensa de mi corazón,
la noche,
con sus cruzas de aves silvestres, levantó el verano,
y fue polvo, fascinación de un rito inacabado y antiguo.
Pienso en su encierro total hasta que el alba regresa,
en su impiedad con los hombres que mueren cuando refleja su reino
entre múltiples estrellas,
en sus ojos desbaratando mis ojos como dos grandes líneas de fuga.
Ahora,
ella baja nocturnamente,
y me condena a jugadas tercamente hechas,
a un final impredecible.
G.C.
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