Viven los miserables
en escondrijos del silencio
donde nadie osa mirar por temor
a un zarpazo de realidad.
Sus aposentos son insólitas
madrigueras del olvido, y sus penas
ignotos pasajes en los libros de cuentas,
sus ansias, inescrutables reflejos en la sociedad.
Viven los miserables en pasillos
sin tiempo que nadie visita,
a los que nadie recuerda claros
porque nunca alguien así los vio.
Los miserables no se quejan
porque no tienen boca;
porque su queja huele a esperanzas
podridas en las ráfagas del viento.
Los miserables que se quejan
nunca supieron de megáfonos,
ni de plazas públicas ni de huelgas;
ni de un mundo más allá
de su confidente solitaria vela.
Los miserables no se parecen
a la gente común. Son tan especiales,
cadavéricos, sonámulos, hambrientos de éxito
y ¿por qué será que casi no comen?
Se lamentan los sociables...
Como si ellos solo caminaran
a la muerte, un gato salta
y abandona los oscuros pasillos...
¡La vida está en otra parte!