Cuando el árbol se ramifica demasiado, muchos se olvidan de su tronco.
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La mentira muy poco estira.
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Supo que todo había terminado cuando lo despertaron para su primer día de clases.
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Esperó con paciencia que terminará de llover, luego sin pensarlo dos veces salió dando saltos salpicando los charcos persiguiendo al arco iris.
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La tristeza de desechar un libro con hojas amarillentas después de haberlo leído varias veces, se nos va quitando poco a poco al pensar que ese mismo libro con hojas nuevas, existe en algún otro lugar del mundo.
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La mejor manera de leer un libro con avidez es abrirlo por curiosidad.
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Cuando la lluvia cesa comienza la fiesta.
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La noche se quitó su manto negro y mostró su matinal desnudez.
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Toqué a su puerta y no respondió, estaba ocupada tocando la mía.
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Hay docentes que enseñan y otros que se ensañan.
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No por mucha lluvia habrá más cosecha.
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Las flores esperan con paciencia que el ferrocarril deje de funcionar para crecer entre los rieles.
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La vida es algo grande, dure lo que dure.
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Mi abuela fue mi primera amiga vieja, y por cierto, la más sincera.
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La noche morirá en brazos de la mañana, lo peor es que la tarde ya lo sabe.
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En la ecuación de la vida hay dudas que no son variables sino constantes y deben ser igualmente despejadas.
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Con un solo ojo basta para ver, dijo la aguja al alfiler.
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De que sirve alcancía si está vacía.
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El deseo de aprender también es buen maestro.
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Un rostro inexpresivo no da sonrisas, pero las necesita.
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No hay cayena que quiera ser clavel, ni clavel que quiera ser rosa. La belleza de cada flor radica en su propia autenticidad.
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El colibrí tiene colores, eso no es lo que él busca en las flores.
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El mar es un cielo líquido con sus propias estrellas.
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El río en su curso regular, corre del cielo al mar.
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Las lágrimas que derramó en el camino le alargaron el trecho.
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Sus pasos ya no eran los mismos, el deseo de andar sí.
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Es una suerte tener suerte.
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La flor en las ramas se engalana, pero en los arbustos está más a gusto.
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Cuando llega el desenlace cada quien saca su clase.
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Siempre el insolente no es el aguardiente.
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Mi sello lo sé yo.
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En el mar se divisa a lo lejos la bella sonrisa de veleros.
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Cuantas piedras olvidadas quisieran la dicha de ser lanzadas.
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Alguien acecha mi cosecha.
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El mar toreaba al viento con su traje de lentejuelas.
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Mi maestra me enseñó a no olvidarla.
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Así seas maestro o alumno, enseña, ese es un derecho de todos.
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La diferencia entre un corral y una jaula es un par de patas y un par de alas.
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Son solo accesorios y son los más notorios
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No por ser semillas, germínan.
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Docencia y decencia, obligada congruencia.
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En su último viaje, sólo fue su equipaje, un costoso traje.
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No es que no sepa, es que no me acuerdo.
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Las armas no hacen heridas las hacen.
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Muchas hormigas juntas, acaban con el azúcar.
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Si los curas son pillos, como serán los monaguillos.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela