Es viernes,
me encuentro bajo la sombra de un sauce casi extinto,
con la espalda reposada en su siniestro tronco
carcomido por termitas.
Observo el verde de la hierba desde aquí,
mientras mi mente ensimismada reacciona.
Me he fumado la treceava página de un libro de poesía,
recuerdo una a una las letras de su esencia,
los signos eternos de puntuación,
como si fueran extensiones sagradas de mi razón
o de mi misma.
La composición se convirtió en un universo cósmico
apoderándose de mi alma,
la extendida e inmaculada repercusión de mi vida,
el intervalo vital del contacto de mi dermis con la textura del papel,
el paraíso en tamaño cuaderno,
la efímera eternidad de las palabras ha cambiado de sentido,
ha sido un viaje extremo, pero maravilloso
por un mundo construido de sílabas perfectas en su totalidad
que aún resuenan en mi cerebro como una melodía hermosa.
Ha constituido el éxtasis total que cada día
y por el resto de mi existencia he prometido frecuentar,
como una cita previa con la muerte,
una muerte maravillosa,
proclamada con el filo de una hoja de papel
y la tinta negra rebosando con la sangre
de mi esencia.
Desde ahí estoy cumpliendo mi promesa,
como quien cumple una condena, pero ama la cadena
y segura de seguirlo haciendo
por un intervalo de tiempo resumido humanamente como:
para siempre!!
Yulieth Gonzalez
13/10/15