En un bosque con luna creciente,
descubrí, entre la maleza, un cervatillo;
tan delicado era su porte silente,
que no deseara otra cosa que amarlo.
Mi cervatillo con alma de plata y fuego;
te llevo prendido en mi corazón;
el día que te vi, cambió mi vida,
pues diste sentido a la palabra perdón.
Mi cervatillo de limpio fragor,
extravié el camino en la espesura;
allí quedó, un día, perdido mi amor,
en una arboleda de basta hondura.
Mi cervatillo de espíritu radiante
no me abandones nunca;
por ti lloraré lágrimas abundantes,
pues tu alma encarna el perdón.