Oscar Perez

Bodegón urbano

Bodegón urbano

 

Por viejas, las ciudades ya no duermen,

en ellas el estiércol se hace abono,

los muertos ya regresan en las flores

y las calles se repletan del vacío del tumulto.

Acaso ya no habrá cielos celestes

ni manos que tomar para que evites

que caigan las paredes en nosotros

o que, tras bien caer, podamos ver cuánto nos queda.

Por largas, las ventanas dan al mundo,

al tiempo de vagar por las estrellas,

a la sola conclusión de que es a solas

que todo se resuelve o se comienza en un abrazo.

Por altas, las miradas vagan serias,

buscando el vendaval que las libere de sus culpas,

buscando el horizonte en que tenderse en el descanso

y luego continuar con los hallazgos, cuenca adentro.

No existe la maldad, sino los hombres que caemos,

no existe el deshonor, sino la mancha en que te yergues

después de confesar que no has sabido cómo amarte,

después de renunciar a poseer lo ingobernable,

lo que no fue de ti, porque en tu hogar ni tú te hallabas.

Erramos sin valor, nos encontramos en la esquina

en que la libertad es un mal paso, en que la música

cesó pues no bailamos ni cantamos,

en que la gente se fue a casa, pues nosotros

a casa también vamos, cada uno

en su rincón habitando la ciudad del propio duelo.

 

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