Si un plato de porcelana o un vaso de cristal caen al suelo, se puede escuchar el estrepitoso ruido que producen cuando se rompen. Lo mismo sucede cuando una ventana se abre de repente empujada por el viento, golpeándose contra la pared. Si se rompe la pata de una mesa o si de desprende un cuadro de la pared y cae.
El corazón, cuando se rompe, lo hace en absoluto silencio.
Dada su importancia podrías pensar que produciría el sonido más fuerte del mundo, semejante al choque frontal entre dos camiones. Una campana que se desprende del campanario e impacta con el pavimento. Un jarrón de cristal lanzado de un décimo piso y se deshace con el impacto, pero no, no es así, es silencioso.
Se llega a desear un sonido fuerte, fuerte, que te distraiga del dolor. Del agudo dolor que sientes.
Si hay algún sonido es interno. Un lamento que ninguno puede escuchar. Una explosión fuerte que te deja sordo produciéndote un insoportable dolor de cabeza. Un dolor que se difunde en el pecho como un tiburón blanco atrapado en el mar; el lamento de la mamá osa a la cual se le han matado su cachorro y lo sostiene inerme entre sus brazos.
Sí, a esto se asemeja y el ruido que produce. Es como una enorme bestia atrapada que se agita asustada; clama como un prisionero delante a sus propios sentimientos.
El amor es así…. Ninguno es inmune al mismo. Es salvaje, fuerte, soñador, atrevido, impetuoso, arde como la herida abierta al contacto con el agua marina, pero cuando se rompe no produce sonido alguno. Te encuentras a gritar dentro, un grito desesperado que nadie escucha.