No me inquieta, feroz y descarnada,
la verdad que vomitan los espejos,
que se trepen la bruma a la mirada
y a la fase menguante los reflejos.
No pretendo evocar una alborada
y sus tonos brillantes y bermejos,
es la hora del ángelus, marcada
con mil sueños tan cómplices y añejos.
Nos amamos, la luz no fue apagada
y en tus ojos estallan los festejos
que edifican el todo de la nada.
Conservamos el don de andar perplejos.
¡El amor es amor! ¡Cosa juzgada !
No es de joven, de niños, ni de viejos...