Eustoquia Margarita era una abuelita cariñosa que le gustaba contar cuentos a sus nietos. Antes se los leía, pero ya de tantos leerlos se los sabía de memoria y por eso los contaba sin lectura, hasta que sus nietos se cansaran de oírlos y entonces ansiosos le pedían nuevas historias que contar.
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Abuela Eustoquia, cuéntanos el cuento del pajarito que se queda solo, dijo Melisa muy emocionada.
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Bueno, ése se los conté la semana pasada, contestó la abuela.
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Pero fue muy interesante, cuéntalo de nuevo abuela, comentó Luis con cara risueña.
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Y ya no se dijo más. La abuela Eustoquia se acomodó en su mecedora y comenzó a contar el cuento del pajarito que se quedó solo, ante la mirada atenta de Melisa y de Luis.
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“Esto ocurrió en un bosque que quedaba al norte de un gran país, era un alegre turpial que un día decidió anidar es ese lugar para formar su familia como todas las aves.
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El turpial buscaba ramitas secas y poco a poco fue construyendo el nido hasta que lo tuvo listo, luego se acomodó en su nueva casa y comenzó a cantar y cantar.
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Sucedió que su canto era muy bonito, pero con los meses comenzó a molestar a sus vecinos y por mucho que lo intentaban, no lograban silenciarlo y poco a poco, cansados de tanta alharaca, los habitantes del bosque fueron abandonando aquel lugar.
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El turpial no entendía la razón de aquella conducta y seguía cantando y cantando casi en la soledad del bosque. Muchos dicen que el turpial sí sabía que su canto molestaba y en lugar de silenciarse, siguió cantando para espantar a todos. Otros dicen que en realidad él nunca supo por qué se había quedado solo en el bosque si su canto era bonito.
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Nunca se supo más de los habitantes del bosque, sólo se sabe del turpial que aún sigue solo en el bosque y que ningunos de sus antiguos moradores ha querido regresar”.
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- Abuela, pero ese es otro cuento, dijo Luis.
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- Sí abuela, acotó Melisa, aquel cuento hablaba de un canario que anidó en un bosque en el sur
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- ¿Y cómo recuerdan eso? Preguntó la abuela.
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- Es que lo anoté mientras lo contabas, dijo Luis.
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- Es más, acá lo tengo, volvió a decir el niño.
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- Léelo por favor, dijo la abuela.
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Y Melisa que ya lo tenía en sus manos comenzó a leerlo:
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“Esto ocurrió en un bosque que quedaba al sur de un pequeño país, era un alegre canario que un día decidió anidar es ese lugar para formar su familia como todas las aves.
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El canario buscaba ramitas secas y poco a poco fue construyendo el nido hasta que lo tuvo listo, se acomodó en su nueva casa y comenzó a cantar y cantar.
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Sucedió que su canto era lindo, pero con los meses comenzó a molestar a sus vecinos y por mucho que lo intentaban, no lograban silenciarlo y poco a poco cansados de tanta alharaca, los habitantes del bosque fueron abandonando aquel lugar.
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El canario buscaba ramitas secas y poco a poco fue construyendo el nido hasta que lo tuvo listo, luego se acomodó en su nueva casa y comenzó a cantar y cantar.
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Sucedió que su canto era muy bonito, pero con los días comenzó a molestar a sus vecinos y por mucho que lo intentaban, no lograban silenciarlo y poco a poco, cansados de tanta alharaca, los habitantes del bosque fueron abandonando aquel lugar.
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El canario no entendía la razón de aquella conducta y seguía cantando y cantando casi en la soledad del bosque. Muchos dicen que el canario sí sabía que su canto molestaba y en lugar de silenciarse siguió cantando para espantar a todos. Otros dicen que en realidad él nunca supo por qué se había quedado solo en el bosque si su canto era bonito.
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Nunca se supo más de los habitantes del bosque, sólo se sabe del canario que aún sigue solo en el bosque y que ninguno de sus antiguos moradores ha querido regresar”.
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Al escuchar la abuela la historia que Melisa leyera, sonrió pícaramente y les dijo:
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- Es el mismo cuento mis niños
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- No abuela, un canario no es igual a un turpial, dijo Luis.
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- Y un bosque al norte de un gran país, no es lo mismo a un bosque al sur de uno pequeño, acotó Melisa.
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La abuela volvió a sonreír, se acomodó de nuevo en su mecedora y comentó:
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- Niños, la vida misma es así, ocurren cosas en distintos lugares del mundo, sólo cambian los protagonistas y el lugar donde ocurran, pero al final el cuento es el mismo.
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- ¡Ah así sí! dijo Melisa, abrazando a la abuela.
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- Ya entendimos abuela, dijo Luis, abrazando también a Eustoquia.
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Y con esas palabras de los nietos para su abuela, se dio por terminada la hora de lectura de aquel día. La abuela Eustoquia por su parte, se sentía feliz porque había enseñado a sus nietos más que una simple historia… los había enseñado a conocer el mundo.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela.