Había una vez un pueblo que tenía una virtud, preocuparse por sus ciudadanos. Los reconocía y los amaba. Su vida era sus vidas. Era la polis, donde los seres humanos participaban y construían los muros de su ciudad para resguardárla de los enemigos externos. La conciencia del pueblo era la suma de los valores de su gente, cuya lucha pintaba su camino con el cumplimiento de sus deberes y derechos. Así vivían y eran felices; pero un día llegaron unas personas despreocupadas que solo exigían derechos, más no cumplían con sus deberes. Eran habitantes que dormían en el pueblo. En la mañana encendían sus vehículos, se marchaban y en la noche regresaban a reclamar una sociedad mejor. Así pasaron los meses, y el pueblo los llamo para que se alinearán a su lucha, entonces los habitantes, luego de ardientes debates, aceptaron los planteamientos y se convirtieron en ciudadanos y juntos fueron felices por los años de los años, amén!