A las ocho treinta y seis,
el sol, que sabe nacer muy bien,
escapa del metal que trae el invierno,
sobrevive entre los pliegues de las cortinas.
Todavía duermes, te cuesta despegar
y yo aprovecho para observarte,
para besarte cara a cara.
Antes de que todo huela a café
calcularé el algoritmo de tus sueños,
tus inquietudes,
de tu bella playa que siempre sigue adelante,
como tú y si quieres como nosotros.
Si me dejas haré que tu sonrisa no sea un imposible,
uniré los puntos del mapa sobre nuestras sábanas,
volveré a la ruta, al margen, a nuestra órbita.
En tus manos, que casi ven,
hago equilibrios.
Despierta, -que llegue tu bostezo furtivo-
que quiero decirte que no hay nada más bonito
que una habitación para dos,
como ésta tuya y mía.