Me martirizo cuando con las uñas rasco el finísimo silencio
que se desborda con las migajas de saludos,
hambrientos e insatisfechos,
más despedidas perpetuas.
¿Cuándo había dado más trabajo decir hola que adiós?
si para intercambiar palabras ya no existe fecha,
y están sujetas al pasado del que acaban en interrogación los días.
Será difícil jugar el juego de la indiferencia
y en cuanto pases echar a un lado la mirada,
de efecto vértigo, tremulosa apatía
y el próximo arrepentimiento del otro lado de la acera,
después de aquella mirada.
¿Cuándo dejarás de abrumar mis días?
Y eso que no he sentido la “desdicha” de encontrarte.