Tu cuerpo, malicia interminable de la noche, se enciende inesperado sobre mi espalda buscando mis silencios clandestinos. Para entonces tus manos ya han volado a mis hombros, pájaros soberanos de la noche. Una sombra inconclusa son tus labios: rugido secretísimo augurador de besos. Así avanzas, dejando sobre cada arrecife de mi cuerpo jirones derrotados de horizonte Mientras el mar se yergue silabeando sus cansadas penumbras, y a lo lejos se oye llegando sobre el convexo celo de mis pechos. Con esa algarabía de tu boca en mi boca todo se ha convertido en bandadas idénticas a la noche. Este es el instante, tú lo quieras o no, en que te vences mío, sobre la cruz deseosa de mi espalda. Sí, quizá más allá, más allá de tu cuerpo...