Ella gemía por amor, aquel hombre aprovechaba su inocencia y la veía con desprecio y odio convertidos en arrogancia. Mientras las estrellas tiritaban, el corazón de aquella mujer oscilaba aún más y la maldad de ese hombre crecía a cada instante, cada tarde, a cada verso, y a cada despedida de la luna.
Y así por mucho tiempo, ella iba a visitarlo a su infeliz morada de poeta melancólico, entraba a su habitación y lo miraba con ternura, él la miraba de pies a cabeza mientras se acercaba a sus carnosos labios y le daba un beso hipócrita. Pasaba el corto tiempo y mientras la besaba, trataba de desnudarla pero ella se negaba y para él, la negación era un mensaje de ir a otro techo , a otro escondite sin salida y sin destino.
Llegaron al escondite y no había nadie, no existía amor mutuo, tan solo existía ambición y sentimientos sumisos. Al poco tiempo después de ese sexo engañado, ella se quedó dormida en la cama como una inocente infante y el hombre a pocos metros de ella, la miraba satisfecho y no sentía ningún tipo de culpabilidad, prendió un cigarro y se marchó. El humo despertó a la bella durmiente y observó las cenizas del tabaco en el suelo, cenizas que eran señal de soledad y rencor que daban a demostrar que él no volvería nunca más.