No se oye nada
La verdad, no se oye nada,
es sólo el repetido cacarear de las gallinas,
es sólo el lagrimón que, cual gotera, suelta el ojo
y cae al pavimento en que se seca en un segundo,
es apenas la sirena que anuncia el fin del mundo,
pero que nadie escucha, sordos todos, presos todos
del rumor de la propia debacle, en que no cabe
ni, pese a ser el último, ni el menor vocablo
de la verdad que, muda al fin, se vuelve pus y espada,
se vuelve tos, se vuelve un lánguido silencio
en vez de voz en pleno viento, en plena tierra,
donde es lo mejor callar para poblarla de salidas.
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19 11 15