Asediando el mar,
buscando su obscuro rincón donde yacen
los peces durmientes de la vida,
saltando sobre mentiras inmóviles,
voy hacia tu encuentro,
ahogada en mi mano
una moneda de cobre.
No seré yo quien te halle.
A otros quedará guardada tal tibieza.
Apenas un pedazo de sal entre mis dedos,
una cobertura de magia.
Pero de pronto volver a creer:
en el descampado crece la hierba,
y alguien,
con música infinita,
golpea dulcemente
a mi puerta.
G.C.
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