Mocoso y sucio
también harapiento,
como recién brotado de la tierra,
era el niño en la calle,
un lugar con tantas luces y colores
que secuestraba los ojos,
rostros limpios, bellos, sonrientes
circulaban interminablemente
semejaban estrellas que nacían
de las esquinas, ventanas y portales
y se unían él, otro viajante
digno del mundo y sus frutos,
pero sus delgados pies descalzos
no percibian el frío mundo que pisaban,
no había en él malicia
(!Solo un paraiso indecible, en él)
para reconocer negras arañas
en la comisura de los labios
ni esas arrugas de lagarto
en los ojos secos de arrogancia,
él era una estrella pura en tránsito,
un cristo crucificado de paseo
sin noción del dolor o la soledad,
sin embargo, con nostalgias innombrables
como un remolino en el raído pecho
como si algo hubiese perdido
como si todos ellos
algo le hubiesen robado
para verse más bonitos
para ser su propia luz
dentro de su propia oscuridad.