Y todo ha de acabar como debió ser, todo:
mi cantar otoñal, mi aurora, mis puñales;
todo irá a descansar como muertos rosales
que cálcan sus pistilos en un lúgrube lodo.
Ha de acabarse todo, con acabarse nada;
el manchado humeral de mi helado ofertorio,
el ataúd invicto que reirá en mi velorio
cuando el vil estirón deje mi ánima helada.
Al fin; todo se acaba, como ahogada esquila,
que se muere entre sus cuatro doblados vientos,
ya se acabó el lugar donde lloran a cientos
mis huesos, se acabó la mar en mi pupila.