Aquí me encuentro.
Solo en una habitación, en mi habitación.
La luz de una vela me acompaña, parece moverse al compás de la música que siento. Un piano que llora, se difunde en el ambiente mientras proclama su nostálgica armonía.
Quisiera ser esa tierna melodía que expresa lo profundo de su ser.
Elevarme alto, alto hasta llegar a parajes lejanos y desconocidos. Donde no existe el espacio ni el tiempo. Donde el alma es tan ligera que se convierte en incienso, dejando su tierna fragancia milenaria.
Las horas caen, rompiéndose en mil pedazos. Finos y puntiagudos cristales que se incrustan en mis pensamientos, haciendo sangrar mis lejanos recuerdos.
Miles y miles de gotas golpean la ventana, escucho una ráfaga de viento frío que agita los pinos cercanos.
La oscuridad todo lo envuelve, dando el toque mágico propio de la penumbra.
Una parte de la natura entra en reposo. Otra se despierta perezosa tocada por la lluvia en la sombra.
En este profundo silencio desciendo a mi corazón amante y ahí te encuentro, me encuentro. Encontrarte es encontrarme en el más profundo misterio.
¿Quién soy yo si no una parte esencial de ti? Una prolongación auténtica, inédita, original de tu grandeza que me hace insignificante, pequeño.
Siento en la quietud existencial tu presencia constante. Me elevas de mi miseria haciéndome capaz de amar. De perderme, de deshacerme en el mar inmenso y profundo del vivir etéreo que solo tiene sentido gracias al amar.
¡Oh amor! Sentimiento profundo que envuelve mi alma. Arranca de cuajo todo lo que me impida tu vivir. No importe el dolor intenso, el grito desgarrador o la sangre versada, pues muerte será que dará pleno existir.
Me abandono al silencio, a la quietud del momento, pues intenso siento tu versar, tu derramar en mí.
Uno soy con la natura, con la melodía, con el sentimiento y con esa ráfaga de viento que aviva mi furor en ti.