Don Fernando Ruiz del Puente
señorito de Madrid,
de militar descendiente
se vino a Graná a vivir.
A sus treinta y cinco abriles
nunca dio, ni un palo al agua,
enganchado a los perniles
de progenitoras pagas.
El problema dio comienzo
a la muerte de sus padres,
en tiempos del estraperlo
de posguerras y de hambres.
Con más gazuza que el gato
de la pensión del Cerezo,
que mordía en los zapatos
que rozaba el carnicero.
Lo llevó su razonar
pa probar la sopa boba
arrimarse al buen yantar,
presentándose en las bodas.
Hombre de buena presencia
y con sonrisa entre dientes
con el gentío se cuela
para pasar por pariente.
Y si alguien le preguntaba
¿Es familia de la novia?
enseguida sonsacaba
de cuál era la curiosa
y en el acto le aclaraba
que él, era amigo de la otra.
En una boda bendita
celebrada por el Pala*
conoce a una señorita
con collar y ropa cara.
Ella bastante agraciada
y de sobra conocida
pues a todos saludaba
y con todos se reía.
Pasaron la noche juntos
sin indagar lo privado,
dando cuenta del condumio
abundante y bien regado.
De ilusiones vive el santo
además de la comida
y también a Don Fernando
le iluminó la bombilla.
Y también llegó a pensar
en la suerte de los guapos
y por fin poder hallar
el buscado braguetazo.
Pero todo se aclaró
en el siguiente bodorrio
al encontrarse los dos
tan majos y glamourosos.
Su padre fue un concejal
que sólo dejó amigos
y trampas para tapar
los barcos de los vikingos
A las bodas asistía
siempre que fuese invitada
y si no se lo inventaba
pues del ágape obtenía
calorías para días.
Así fue como el destino
a los dos quiso juntar,
el hijo de un militar
que en el tiempo desavino,
con la hija del concejal
que comía sin parar
en las bodas de los ricos.
Cecilio Navarro 25/11/2015
Derechos reservados
*Hotel Alhambra Palace
Comentario:
Con el debido respeto
hoy, me apetece buscarle
la cara del cachondeo
a los años de la hambre.