Cruel destino el del río;
ha de vivir cuando llora
la montaña.
Fue el sol quien llenó
de calor su albedrío;
ahora el hielo es el agua
que en llanto lo baña.
Pero,
¿qué tan vil puede ser
el destino de un río,
cuando el hielo del monte
lo ha de bañar?
Surge en mí esa pregunta
mientras miro a una
nube que pasa.
Me detengo y la sigo mirando,
se ve gris y propensa,
creo que ha de llorar,
mas diviso
que en pena
no viste su llanto,
sino en ansia de un cielo
que quiere bajar.
Entonces,
así como el agua
desciende del monte,
dejemos que el cielo se baje,
¿por qué no?,
y al suelo se atreva a pisar.
Un poco de llanto jamás
será suelo, ni tierra,
quizá sólo un río
que lleva lo triste
hacia el mar.