Abro la puerta de mi casa,
pero no hay puerta
ni siquiera casa.
Sí un camino de tierra,
delgado,
que se pierde.
Vengo de besar a mis animales del delirio.
Para después seguir huyendo.
Golpeo la puerta.
Grito para que me abran.
Pero no hay puerta;
no hay nadie,
ni siquiera el viento moviendo las ramas de un árbol invisible.
Se oye una canción.
Sólo es el alma hueca de los desposeídos que llora.
¿A dónde ir?
Soy un hombre extraviado que se hace amigo de su exilio.
Él conoce todos los secretos del parque
donde yo jugaba en ceremonias desaparecidas.
Me acompañan ahora los verdores cercanos del campo.
Iré allí,
y me entregaré liviano a algún color que invite a mi corazón
para que dance.
Mi canto será para ellos.
G.C.
Direc. Nac. del Derecho de autor