Sabia que existia y la aguardaba,
intuia mi espera y vendria,
abordó un carruaje y escoltada
por la luna, fijaron el camino que conducia a su destino.
Su blanca piel a la brisa acariciaba, el roce del lino de su vestido la celaba, el encaje de sus rizos dorados entrelazados en los dedos, jugaba con un aire tan romantico como el de la playa de su encanto.
Transparente en su belleza y segura como su nobleza
hechizó cada uno de los miedos
embargados por pasados que negaban mi presente.
Borró con su sonrisa los residuos de posibles huellas, con su mirada esculpió mi cuerpo en
sensaciones y con el canto de su voz entonó el atardecer que besaba nuestras almas.
Oscar Cruz