(Ficción basada en hechos reales)
Don Cosme se siente muy contrariado, no se podía creer estar reviviendo en su nieto aquello que reprochaba a su amigo Tino allá por los años sesenta y ocho. Su amigo tras llegar del servicio militar, tal y como si se quisiera vengar del rapado de pelo que le hicieron en el cuartel decidió dejar melenas como aquellos melenudos ingleses que se movían igual que “afeminados” decía sin el menor recato a la hora de insultar.
A él jamás le daría por hacer el tonto de esa manera, él era muy macho, por lo tanto lo suyo era los vaqueros bien ceñidos, marcando paquete, y pelo bien cortado, camisa de cuadros, o jersey de rayas ceñido para que se notase que era un machote bien dotado y musculoso, y eso sí, que se le viese bien que era un hombre de pelo en pecho, de manera que nada de abrochar la botonadura de la camisa hasta el cuello.
Presumía de que no se le resistían las mozas, con una mirada las dejaba cautivadas- comentaba con cierta chulería-.
- Cuando iba a la sala de fiestas era el mozo de la pandilla que más ligaba, el que más bailaba y se arrimaba sin que ellas protestasen ya que para eso los hombres pagaban la entrada y ellas no.
Seguía comentado con gesto altivo como ellas se sentaban alrededor de la pista y las pobres que no les sacaba un muchacho a bailar terminaban bailando con otras tan frustradas con ellas, -esa era la manera de no ir para casa en blanco, es decir, sin bailar una pieza-
Así parecía que era como recordaba sus años de juventud y ahora observa cómo su nieto mayor se viste y mueve como un afeminado. Le enfadaba el comportamiento de los jóvenes de ahora, y así se lo hacía llegar a su nieto, que cada vez frecuenta menos la casa de sus abuelos para no tener que escuchar los desprecios con que le asediaba don Cosme- las palabras más delicadas solían ser: -La juventud de ahora no parecéis hombres ni nada que se asemeje – Esto no le va a pasar a tu hermano, esto lo tengo bien claro, pues ahora estoy jubilado y seré yo quien le saque de paseo, le lleve al fútbol y al bar para que aprenda cómo se comporta un verdadero macho.
Parecía regodearse de sus aventuras de juventud, y las que no había vivido estaba claro que se las inventaba. Cuando se ponía muy jacarandoso Doña Celia le recordaba que fue él quien andaba tras ella, y el trabajo que le costó conquistar a la francesita como él le llamaba.
También le recordaba que ambos eran ya mayorcitos cuando se habían conocido, y que antes que él había tenido otros novios, y por cierto, a pesar de tanto fanfarronear a él nadie le conoció novia alguna, y por mucho paquete que marcara ninguna muchacha quería bailar con él porque les resultaba un pedante presumido- eso había llegado a sus oídos cuando ella llegó de Francia. También le hacía referencia a que cuando se conocieron ya no mostraba su hombría con vaqueros ceñidos o, ¿Por qué ya no se llevaban o nada le quedaba por exhibir?
Don Cosme se enfadaba y sin el menor reparo le respondía a su mujer con una grosería o chiste mal traído. Ella se mofaba de su arrogancia machista mientras él se iba enfadado asegurando que a su nieto ya le pondría al día de cómo se tratan a las brujas.
Parecía que aquellas discusiones no tendría más trascendencia que las risotadas de la familia al ver los dos puntos de vista de sus padres, lo que sí estaba bien claro era que don Cosme era un machista incorregible, pero con su esposa no lo había tenido muy fácil porque no sólo era una mujer de carácter, que además ella siempre había sido una mujer independiente ya que su trabajo le ofrecía medios suficiente para ello, además de la educación que había recibido de su familia y al haber vivido durante su niñez y gran parte de su juventud en París.
Pero don Cosme no cedía en su empeño de hacer de su pequeño nieto todo un hombretón, así que cuando iba por la calle acompañado del pequeño le indicaba con voz y tono muy arrogante las virtudes físicas de las mozas que se les cruzaban.
-¡Mira, mira Marcos!, mira que nalgas tiene esa, que culo tan hermoso para darle un azote… Mira muchacho que tetas tiene esa tía, jejeje, ya verás cuando seas mayor como te va a dar gusto perderte entre ellas… Y esa, ¡Qué piernas tío, mira que piernas-¡ Mira como se le puede hacer perder el paso a una moza! ¿Quieres que la pongamos nerviosa?
El pequeño no comprendía nada, pero se reía mucho con las palabras tetas y culo y eso al abuelo le satisfacía. Estaba consiguiendo su propósito, Marcos no sería un melenas estrechito y de modales afeminados, a este le daría buenos bocadillos de chorizo y jamón, nada de yogures y caxigalinas que no hacen cuerpo de un verdadero hombre de pelo en pecho.
-A esta la vamos hacer perder el paso, le dijo el abuelo al pequeño. ¡Mira, mira cómo la ponemos nervosa! Fíjate bien cómo se hace, ¡verás, verás!
-¡Moza, de esas tetas saldrá manteca! ¡Como las mueves muchacha! Si quieres te ayudo a ordeñarlas!
-¡Viejo baboso! –le respondió la muchacha a la vez que le dio un empujón para abrirse paso-
Don Cosme se zarandeó dándose un golpe contra una farola. Una vez recuperado el equilibrio se echó la mano a la mejilla mientras que disimulaba delante de su nieto diciendo: Jajaja, ¡no ves cómo perdió los papeles esa machorra!
Algunas de las personas que vieron la acción de la muchacha la aplaudían, otros por contrario la juzgaban como abusiva porque él era un viejo que debía estar chocheando. Esto fue lo que más enojó a don Cosme, él no es un viejo chocheando, ni baboso, solo tenía sesenta y seis años. Él es todo un macho que pretende enseñar a su nieto lo que es ser todo un hombre.
No tardó en llegar la noticia de lo ocurrido a su familia. Él pequeño Marcos lo dejó también bien claro cuando le preguntaron en casa, así fue como descubrieron que esas clases de machismo eran frecuentes entre abuelo y nieto. En otras ocasiones no habían tenido un final tan lamentable, también era cierto que tampoco el abuelo había llegado a poner en práctica las lecciones, hasta ese día solo habían sido teóricas.
Don Cosme no había evolucionado con los años, estaba estancado en aquellos años en que las mujeres si perdían el paso, pero no por otra cosa que no fuese el sentirse asqueadas, perturbas por los acosos del macho de turno.
Solo los muy caballerosos no pretendían que las chicas en el baile se viesen obligadas a bailar con ellos por el hecho de no pagar entrada o les fuese más baratas que a los hombres, pero por desgracia no abundaban los hombres, sino los que predominaban eran los machotes.
Pocas eran las mujeres que aceptaban sus impertinencias, razón por la cual en más de un vez aquellas muchachas terminaban abandonando la sala de fiestas para no terminar agredidas verbalmente.
(¿Este relato da respuesta a algo? Aquellas mujeres lucharon para que sus hijas no viviesen situaciones semejantes, pero me temo que a sus hijas se les olvidó seguir con la enseñanza a sus nietas y a los hombres malformados les viene de maravilla el retroceso al pasado no tan lejano.)
Luisa Lestón Celorio
Asturias- España-
2015-11-24