Y un día de improviso nació un hombre,
-no sabría decir cómo ni cuándo-,
y uno y otro después se fue sumando
hasta hacer una tribu, aquí sin nombre,
e irse poquito a poco organizando.
Mas pronto aparecieron disconformes
que a los jefes se fueron revelando;
y fue así que empezaron provocando,
diseñando sus propios uniformes,
y a propios y rivales despreciando.
¡Pobre tierra! Se fueron apropiando
poniendo a las fronteras por bandera,
por aquí y por acullá una alambrera
o una tapia de adobe cimentando,
o mojones cual suelo en sementera.
No contentas con eso, ¡dios me libre!
en su ansia por irse diferenciando,
el idioma lo fueron transformando
hasta hacer que no fuera inteligible,
e impedirles así ir comunicando.
Y cambiaron los usos y costumbres,
poco a poco todo fueron cambiando,
con la sola misión de ir derrotando.
A niños inculcando podredumbres,
cada vez al ajeno más odiando.
Hasta que un día San Pabló apareció
cual la historia cayendo de un caballo,
los dioses convirtieron en vasallos
y el mismo ser humano comprendió
lo absurdo de esa lucha, de aquel fallo.
Por fin se hizo la luz. Los mandatarios
intentaron al fin quitar barreras.
Solo alguno salió por peteneras.
Mas no quiero hablar Mas, que este larvario
cual virus vive inmerso en sus molleras
y es seguro también en las chequeras.
Llevando van sus tribus al calvario,
cual profetas que anuncian un más fario,
con mentes de obsesiones prisioneras,
y alguien a toda luz insolidario.
©donaciano bueno