Tu costa azula mágicamente el denso río,
como brillo anhelante en los ojos de una virgen.
Ciudad que nunca visité, y que sin embargo
siento que me susurra y me llama en cada sueño.
Imagino tus calles con un plácido techo
de hojas sobre un barrio de casas centenarias.
Y veo un sol de madrugada, como un capullo
que, por nacer oriental, tal vez sea más fraterno.
No sé porqué te siento tan mía, con tus playas
doradas y tu tango a contraluz. Tan innata
de mi linaje, tan agua de mi abrevadero.
Eres como una comarca sin días ni noches...
Como si el viento cantara una etérea murguita
en el eterno horizonte hermanal de los libres.
En tu cielo, el sol y la luna se levantan
al mismo tiempo, flotando, cantando y danzando.