La música breve del instante
acaricia los labios,
y los ojos,
provocándonos amor ligero,
a tí y a mí,
los dos anudados por la tenue cuerda que aceptamos:
amor por un día o unas horas.
Pero alguien cantó entre las sombras:
la soledad, encerrada en nubloso corazón...
Juntos y solos,
dos cuerpos sin poder amarse.
(Quisimos saturar el lecho de hermosura,
pero tus lágrimas escapaban
con cuidado de no ser descubiertas.)
Y llegó la mañana,
y heridos dulcemente,
nos dijimos adiós
sin un beso.
G.C.
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