Como cada mañana desde que el tiempo es tiempo,
el mundo se despereza indolente acusando la resaca vespertina,
luego se contempla ojeroso frente al espejo, incapaz de aceptar su propia imagen,
y mientras se restriega con parsimonia los ojos para quitarse las legañas,
tupidas como una vasta tela de araña,
esboza una mueca de hastío y bosteza enseñándonos sus colmillos,
sucios y buidos y con un frío brillo en el filo.
Con el pitido de la cafetera y el olor a gasolina,
la mediana de la carretera se difumina en rayas de cocaína,
el resplandor de un faro en la niebla nubla la vista de nicotina,
y en un choque frontal, el conductor sale despedido por el parabrisas.
La muerte es un ritual tan antiguo como la noche de los tiempos.
¿Cuántas vueltas de campana nos dará hoy la vida?
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.