kavanarudén

Te busqué

Te busqué en el bullicio de la calle, en el centro comercial, en la avenida principal.

Me abrí paso entre la multitud. Mis ojos te buscaban ansiosamente, pero….no te pude hallar ¿Dónde estás?

 

Subí los rascacielos, trepé torres enormes, antenas infinitas, oteé el horizonte y ahí tampoco estabas ¿Dónde te has metido?

 

En medio del tráfico inclemente, en la desesperación de la gente, busqué y rebusqué. Tiempo perdido, no estabas. ¿Te he perdido para siempre? Mi dermis se erizó.

 

Entré en el templo, pegunté al sacerdote y a un pastor, interrogué al rabino, sondee al Imán, poco sabían de ti. Me dieron descripciones frívolas. Me hablaron de sentencias, prohibiciones y condenas, pero no supieron decirme dónde estabas, dónde descubrirte. Salí decepcionado, con mi corazón angustiado. ¡No quiero vivir sin ti! ¿Dónde te escondes?

 

Leí libros y libros que te describían para ver si así podía toparme contigo. Quizás no te conocía lo bastante y por eso te escondías o por mi ignorancia no podía ubicarte, pero tampoco te pude hallar. ¿En cual sendero te velas?

Me zambullí en mis preocupaciones, en mis anhelos, en mis inquietudes, en mis angustias, en mis ambiciones, en mis rencores. Nadé y nadé en el mar de mis ansias y ahí no te encontré. ¿Dónde te ocultas?

 

Casi vencido, me tropecé con un herido. Un ser despreciado, abandonado, discriminado. Me senté a su lado. Curé sus heridas sin proferir palabra alguna. Mi pan compartí, después, sereno me sentí. Un beso en su frente deposité, después me levanté y mi camino seguí.

 

Un niño moribundo sostuve en mis brazos justo antes de que expirara. Tiernamente lo abracé. Con mis lágrimas su rostro angelical lavé. En su tumba lo dejé. Sus padres con un abrazo sincero consolé. Después de un suspiro profundo me alejé. Me sentí sosegado.

 

Sostuve la mano de un anciano desahuciado, olvidado. Sentí su dolor profundo. Con un escupitajo descargó sobre mí tanto desprecio que había recibido. Me limpié, lo abracé, de su pobre soma cuidé. Sus ojos después de su muerte cerré. Con inmensa paz me alcé y por mi senda continué.

 

En la cárcel entré. Dolor, soledad, ultraje respiré. Fui pañuelo en el llanto, consuelo en el mal, sostén en la desventuras. Miré, tenté, toqué la miseria de la criaturas, la desesperación, el llanto y la desventura, después de un tiempo, mi camino continué. Alegría en mi alma encontré.

 

Al final, cuando todo había perdido, por el dolor y la muerte vencido, me senté a la orilla del camino. El sol fue mi cobijo, la brisa sentí conmigo, la llovizna me dio su abrigo, la luna su consuelo. La angustia, el temor, el desconcierto habían desaparecido. Me encontraba en paz conmigo mismo. Todo contemplé en silencio. Entré en lo profundo de mi ser y, para mi grata sorpresa, ahí te encontré. Me miraste, te miré. Me regalaste tu mejor sonrisa. Gozo profundo fue lo que sentí. Tanto buscarte y estabas ahí. Sin fuerzas me desplomé. Me sostuviste. Extendí mi mano y acaricié tu rostro. ¡Te amo! fueron mis últimas palabras.

 

Ven conmigo – me dijiste –

 

Desaparecimos en la inmensidad. Yo en tus brazos, tú conmigo. Sonreí solo al pensar cuán ciego había sido. Hasta no encontrarme con mi miseria y con la miseria del otro, no pude dar contigo.