Por las tardes me gritan silencios
que oscurecen la faz de mi alma,
ni el romero me cede sus ramas
ni el ocaso me presta su aliento.
Si las nubes desnudan su cuerpo
y derraman su llanto en los campos,
mis recuerdos se visten de largo
y retornan furiosos los duelos.
Soledad afilando sus garras,
apretando con brío sus dientes
como bicho que arrastra silente
presagiando fatídica carga.
Cuando el velo me cubre de oscuro
y el martirio se vuelve funesto,
la esperanza resurge de nuevo
como el grano que cae en el surco.
Ese surco que abre la yunta
sepultando simiente de trigo
que abrirá como un tierno suspiro
a la vida que cae, y repunta.
Cecilio Navarro 07/12/2015