Elegí de las mañanas la más suntuosa
Con el afán de repetirla como oficio perenne,
Con el miedo de atraparme en su elegante fronda,
Mi cabello enredado en el pequeño broche.
Acaricié el borde azul del cielo que presume
Con sus nubes y destellos el punto fijo
De mis ojos desde aquel momento,
El fuerte sol que no sucumbe.
Levanté mi mano en un saludo,
Un brindis de agradecimiento sonó sobre mi cabeza,
La mañana se sabía poderosa
Yo era una más de sus pupilas.
Y en el camino de las horas,
Poco a poco me fue dejando
Como pintura que en la mano del pintor se diluye
Cuando su obra maestra ha terminado.
Bárbara Barrientos