Te vi mirando a lo lejos.
Tu mirada se perdía en el horizonte.
Hubiera podido estar horas y horas contemplando tu figura.
Me sentí feliz de tenerte, de haber encontrado el amor en ti cuando menos me lo esperaba.
Cada día me convenzo más que fue él, el amor, quien me encontró, pues ya no lo buscaba. Desilusionado y derrotado me encontraba, cuando apareciste en mi mundo. Puro don Divino.
Me acerqué lento, pues no quería romper tu magia. Me miraste, te miré. Extendiste tu mano invitándome a estar a tu lado. No hicieron falta palabras. Nos abrazamos y seguimos contemplando el mar en su ir y venir. Las olas en su eterno movimiento. Nos sentimos uno con todo el paisaje. Veíamos juntos hacia la misma dirección: diversas perspectivas que se encontraban en un sentir, enriqueciéndose, dando de si. Tú en mí, yo en ti, unidos in aeternum.