Mansas brisas acarician las cuerdas de una arpa condescendiente,
un soneto isabelino de letras sensuales al unísono a tocar,
tentando la durmiente natura con la melodía a desvestirse
de su sosa cobija invernal,
para dejar pasar los rayos de sol deseosos a germinar
las semillas de flores primaverales,
sus aromas un bálsamo para un corazón despertando
A un valse de Chopín la acacia con su vestido verde suavemente se mece,
protegiendo en su sombra dos amantes del calor del estío,
los jardines de fragancias seductivas padecen de sed,
al igual la sed de los labios con anhelos el dulce néctar a saborear,
para izar la bandera de la pasión, soltando las alas del deseo
a volar libremente y añidar bajo la lujuria de pechos vírgenes,
donde las mentiras se confunden con las verdades
“Música acuática” de Händel pronostica la lluvia de otoño,
humedeciendo las hojas caídas, esperando su dispersión,
el noviembre cabalga sobre la niebla matinal,
despertando el día con besos húmedos,
hasta las tinieblas usurpan su rival en una batella ganada
y el amor se retira en busca de la causa extraviada,
una vez de alta estima en el estandarte valioso,
ahora puesta en duda antes un jurado desconcertado
La composición “Silencio” de Beethoven refleja la imágen de la muda oscuridad,
el habla congelado sin poder expresar la profundidad de sentimientos
en busca del consuelo, hibernando dentro de los laberintos del invierno del amor,
agotado por las cicatrices concedidas en un campo de batalla;
un tiempo de contemplación de los valores más intrínsecos,
decisiones de prioridad a tomar antes la posibilidad que se quiten
los cerrojos de las compuertas y el torrente liberado, arrastrando
las fundaciones mismas de la sensibilidad