Aunque el latir latió a pedazos,
en mil partes su pálpito siguió.
El amarte fue vehemencia que
insistente se hizo fácil;
se hace fácil si en mil partes
eres siempre una razón.
Y así,
el latir cogió sus partes y con
calma resiliente, se rearmó;
en cada trozo levantó aquel cariño
destrozado; despojado corazón
de plenitud y de fragor.
¡Ay, amor!
Por más dolor que la insistencia
del latir me cause,
más dolor me causaría,
a tus labios renunciar.
El vivir podrá seguir,
mas yo sin ti no ya no podría,
es por eso que resisto
como el sueño a despertar.
¡Ay, amor!
Sé de mí, la luz que nada en
mis pupilas,
¡Sé de mí!, yo te lo pido,
ese sol que siempre
brilla cuando en ellas
te has de reflejar.
No permitas ni un segundo
que el amor se haga neblina;
gas y viento inoportuno
que confunde mi mirar.
¡Ay, amor!
Yo no entiendo a los amantes
que en lo mucho, entregan poco;
de miseria y de cobardes
nace en carne el desamor.
¡Sé gallardo!, te lo pido,
no me huyas como antes,
que lo mucho entrego a pocos,
sólo a ti, mi corazón.