Dicen que nunca es tarde; pero yo creo, que es todo lo contrario. En el rostro de este niño ciego, el sollozo se nos hunde en el mar, en silencio, todo se nos muere, se nos cae de las manos, las manos se nos se caen de las manos ausentes, mientras otros objetos, lejos de ser nuestros, expiran, encogen o se apagan. La muerte había sucedido antes. Antes de que te aplastara aquel piano, antes de que te envolviera si quiera su sombra, tú ya habías muerto, porque los hechos son un único ser que va deshaciendo lentamente una cuerda.
Por ello, y por mucho más que no abarco a pronunciar: hoy o mañana, constantemente y siempre -y este es el verdadero espíritu de la tragedia, ¡a quién le importa que dos personas se amen! Lo horrible que nos oprime es que se les hizo muy tarde, que ellos no lo sabían y se les estaba haciendo tarde, que ya estaban separados cuando estaban juntos, y solo nosotros, que no existimos en este mundo, podíamos contemplar la lenta elaboración del cuchillo- será tarde.