¡Cómo duele mi boca!
por tener que hacer silencio,
como lamen mis sentidos
el sudor de tu frente
y tengo que hacer silencio
para que con la palabra
no broten los latidos
de mis puros sentimientos,
ese que es el más querido,
ese que si lo tocas
es un torrente
que se abre al verbo
sin ponerle calificativos
precisos,
sale y explota
hasta que dice y dice y no se agota.
Como hay que guardar el silencio
en tantas ocasiones
y sientes que te corroen las ganas
y las ilusiones
y tenerte que callar,
porque no puedes hablar,
porque muchas veces
el silencio cobra su precio,
el más elevado,
el menos deseado,
pero se lo pones
y entonces no puedes más que ver
y medir el valor del ser humano,
¡cómo cuesta guardar silencio!
tragar en seco y controlar
tus más nobles intentos,
de decir,
de expresar,
de hacer callar la palabra insegura,
inmadura,
inútil
y perversa
que corrompe en nuestros oídos
y aunque no quieras
tenemos que hacernos cuenta
que en el silencio yo te percibo
¡pero duro es reconocerlo, a ciencia cierta!