La mujer del cuadro más famoso del pintor, a modelo que todos ven en la exhibición, la mujer de la boca de fresa y ojos de miel, de brazos delgados y corto mentón, de ojos pequeños y mirada festiva, de traje rosa y de girasol en la mano, de tímida sonrisa, de cabello alborotado.
Ella misma, estática, inamovible, en su gesto es merecedora de los elogios, los mejores comentarios, la envidia de las damas y del regocijo de los caballeros, en un instante, captado por el artista, su amada mujer, la del cuadro, irradia esa belleza que el amor puede pintar.
Y aquella que todos aman, que todos admiran y desean, es la mujer que ama el pintor, exacta, y perfecta, más parece su proyección dentro del pintor, en su corazón y cabeza, plasmada en el lienzo, la que su belleza vitorea, la abstracción del amor del artista, la imagen de su cariño en pinturas resuelta.
Los presentes aquí, la aman y la desean, la proyección de su amor entre telas, aunque solo una mujer parezca, y aunque nadie lo sepa, eso que disfrutan, lo que sus ojos les demuestra, no es más que la imagen, de aquella mujer encubierta, sin nombre, datos ni fecha, que en las manos del artista, a su mujer de corazón muerta,
Le dio vida, con amor la trajo de vuelta, para ser amada de nuevo por él, y dar a su corazón rienda suelta, porque nadie como el artista puede, de la nada sacar tanta belleza.
Y donde está la mujer del artista, la modelo del cuadro, el artista sabe que solo él, ha logrado darle esa grandeza, lo que lleva en su corazón, el recuerdo que lleva a cuestas, es un ídolo lejano en un pedestal, es el pasado que no está de vuelta, es su más odiada musa, quien hace tiempo hizo maletas, y ahora solo es, la más bella imagen del pintor, en un lienzo expuesta.