Fue suficiente,
una voz conocida
más allá de los papeles
que venía desde la distancia,
ese espacio no medido,
sin sentido,
ese que viene retumbando
en las paredes de lo imposible.
Desenterrada la voz
como un sonido muerto viviente:
del mas allá.
Sin embargo fue una aurora,
un sueño que venía a ser cierto,
yo la quería cerca,
al lado,
recostada en el césped un día de verano,
cerca del río verde y marrón
donde tantas veces había estado
o simplemente
caminando por la costanera
con sus zapatos rojos y tacones.
Me propuse volver,
dejar de releerme
y volver,
ella lo había pedido
con esa vocecita tan suave,
al oído
y para que no la oigan,
ella había pedido por favor
superando todas las barreras físicas de tiempo y distancia
y fórmulas tan naturales
como nuestros propios cuerpos terrenales,
como si su vocecita fuese la vibración
de cuatro alas transparentes y celestiales
entrando por los ojos
mas que por el común del sistema
y una vez instalada en las paredes grises/rosadas
bajara a la velocidad de la luz
hasta el órgano del amor
haciéndolo latir mas fuerte.
Ella había vuelto,
estaba otra vez esperando que la encuentre
y yo
tal vez no la merecía
o tal vez la había merecido siempre
como el sol
que me regalaba una vez más su sombra.
El camino había sido el de siempre
una acuarela celeste
rodeada de flores y cabellos color chocolate,
curvas de cintura fresca
y tenues labios de frutillas rojas
apenas pálidas
como cerámicas
adornando la imaginación.