Desde hace algún tiempo el novicio estaba preocupado. Había escuchado en el templo la lista de preceptos que tenía que cumplir para alcanzar la vida eterna. Tuvo temor. Se acercó a su maestro, que estaba asistiendo algunos enfermos, y le dijo:
Maestro, por favor y perdona mi atrevimiento, ¿En qué cosa consistirá el juicio final?
El maestro se lo quedó mirando, sonrió y le respondió:
Vendremos juzgados por las sonrisas que habremos obtenido de las personas que han estado a nuestro lado, sobre todo, de los más necesitados.
Esfumóse del joven el temor y con alegría siguió curando las heridas de los leprosos.