Julieta Love

TIME

Siento un ruido insoportable.

¿Es acaso el tic tac del reloj?

lo pienso y con la mirada lo confirmo,

-me fastidia ese inmundo aparato-

su desdichado ruido es una señal de alerta

de lo inevitable:

El transcurso de la existencia.

 

El aparato del que hablo

es tan sólo la suma de dispositivos diminutos

(fruto de la necesidad del hombre por poseer el control)

de modo que se señalan en él

las migajas compuestas de las

vidas.

El verdadero tirano es el tiempo,

capaz de construir y destruir a su antojo.

 

La predicción del tiempo

es casi como la prolongación del tedio que lo acompaña,

la utopía intrínseca de lo efímero,

el pestañeo de Dios con mugre en los ojos,

un milimétrico transcurso de luz por la ventana,

el quiebre de una hoja,

algo compuesto y

tan descompuesto como se pase en vano.

 

El tiempo posee la ventaja de tornar a su favor

la estabilidad de sus fragmentos,

capaz de hacer que en un momento

los minutos sean pasajeros segundos,

las horas sean trenes vagando en línea recta,

los días sean máquinas de coser e hilos de seda componiendo kilómetros de tela.

 

Odio el reloj por una simple razón:

prefiero medir el tiempo en sucesos,

es así como los fragmentos marcados en el reloj se dan mientras

se abren y se cierran los ojos,

se destapa una botella de licor,

se dispara un te quiero,

se mira a los ojos a alguien,

se contiene la respiración,

se prende fuego a un cigarrillo,

se juega entre las sábanas con alguien,

se abraza la desdicha,

el corazón se contrae varias veces,

se baila un tango con la tranquilidad,

se tararea una canción por la calle,

se camina de la mano del viento en un día cálido...

 

Es preferible medir el tiempo en la manera en que se vive, 

sin intermediarios,

sin ese molesto reloj.

 

Los minutos son sutiles en el tiempo si se

hacen eternos en la música o en la poesía.

Los días son más ligeros si se aman.

El tiempo no necesita medirse, si se siente lo que se hace.

 

El calendario no debería existir

cuando lo que se tatúa en la memoria

no es el número del día sino lo que en él ocurrió.

 

La caducidad es inevitable,

pero ha de ser más hermosa

si no se depende de un reloj,

si se acarician los hechos como si fuesen terciopelo,

y se recurre de vez en cuando a la locura.

 

Sin embargo,

siguen girando las manecillas...