Siento un ruido insoportable.
¿Es acaso el tic tac del reloj?
lo pienso y con la mirada lo confirmo,
-me fastidia ese inmundo aparato-
su desdichado ruido es una señal de alerta
de lo inevitable:
El transcurso de la existencia.
El aparato del que hablo
es tan sólo la suma de dispositivos diminutos
(fruto de la necesidad del hombre por poseer el control)
de modo que se señalan en él
las migajas compuestas de las
vidas.
El verdadero tirano es el tiempo,
capaz de construir y destruir a su antojo.
La predicción del tiempo
es casi como la prolongación del tedio que lo acompaña,
la utopía intrínseca de lo efímero,
el pestañeo de Dios con mugre en los ojos,
un milimétrico transcurso de luz por la ventana,
el quiebre de una hoja,
algo compuesto y
tan descompuesto como se pase en vano.
El tiempo posee la ventaja de tornar a su favor
la estabilidad de sus fragmentos,
capaz de hacer que en un momento
los minutos sean pasajeros segundos,
las horas sean trenes vagando en línea recta,
los días sean máquinas de coser e hilos de seda componiendo kilómetros de tela.
Odio el reloj por una simple razón:
prefiero medir el tiempo en sucesos,
es así como los fragmentos marcados en el reloj se dan mientras
se abren y se cierran los ojos,
se destapa una botella de licor,
se dispara un te quiero,
se mira a los ojos a alguien,
se contiene la respiración,
se prende fuego a un cigarrillo,
se juega entre las sábanas con alguien,
se abraza la desdicha,
el corazón se contrae varias veces,
se baila un tango con la tranquilidad,
se tararea una canción por la calle,
se camina de la mano del viento en un día cálido...
Es preferible medir el tiempo en la manera en que se vive,
sin intermediarios,
sin ese molesto reloj.
Los minutos son sutiles en el tiempo si se
hacen eternos en la música o en la poesía.
Los días son más ligeros si se aman.
El tiempo no necesita medirse, si se siente lo que se hace.
El calendario no debería existir
cuando lo que se tatúa en la memoria
no es el número del día sino lo que en él ocurrió.
La caducidad es inevitable,
pero ha de ser más hermosa
si no se depende de un reloj,
si se acarician los hechos como si fuesen terciopelo,
y se recurre de vez en cuando a la locura.
Sin embargo,
siguen girando las manecillas...