Con elegancia antigua y en abandono ciego,
perdida entre la maleza va muriendo la vieja carreta;
con su pértica rota, su mejilla al suelo…
como una mula terca resistida en su miseria.
Más allá de la infamia consentida…
acerino es el tiempo en su desguace impío.
¿Qué profundos sollozos ocultas en ese trágico
gesto de leñosa lágrima?
Huérfana y pesada con su carga bulliciosa…
lejana queja de clavijas y goznes herrumbrosos ,
su álgida tristeza va cayendo hacia el naufragio y el olvido,
de otras tardes doradas en estíos.
¡Ah… vieja carreta umbría,
qué reliquia más rara eres a mi alma!
En las trenzas espigadas de oro antiguo,
se adormecía el hambre y la fatiga
del campesino manso como oveja.
Eran tiempos de parvas, eran tiempos de dicha…
Cuantas veces jugué contigo
trencito de la infancia, hamaca de madera,
vehículo fantástico de paseos domingueros.
En ti viajaba lejos el silbo melancólico de peones
y la sidra embriagada de manzanas,
colgaba en tus barandas olorosas.
En muchas ocasiones rodando entre las penas,
tu carga fue la muerte; avíos del dolor,
los ayes de un réquiem amargo y lento.
¡Pero qué ingratos son los ojos modernos que te ignoran!
La mano rapaz de los metales
detuvo tus ejes engrasados,
desnuda te dejaron sin tu saya,
de rubia paja, de alfalfa veraniega.
Jergón feliz de chiquilladas, ambulante nidal
de enamorados….
guitarra del viento, alcancía de recuerdos
tesoro nacional frente al ocaso;
una a una fueron cayendo las muelas de tus ruedas.
Las manos ancestrales de mi sangre
aún se aferran a tu vetusta arboladura,
como una herida abierta doliendo en mi costado.
Alguna vez te he visto gimiendo arrodillada,
como una plegaria …
con tu rostro mordido, por los adoquines de una plaza.
A veces deshecha, tendida y sola en las praderas,
cuando la mirada de la luna subraya el peso de tu historia
y eleva el vuelo postrero de las eras;
¡eres tierna cuna de estrellas en tu placida hondura!
Un aire de nostalgias trae sonoridad de trillas a mi oído,
y al más leve rumor:
se me abren los recuerdos como un granero hambriento;
como las notas lejanas de un violín,
habitadas de grillos y nostálgicas cigarras.
Cuántas veces el fuego convirtió
tus agrarias memorias en pavesa de olvido.
Ya nadie te verá arremangada
cruzando los remansos del ocaso;
desbordante de gavillas,
o arreando el alba…
sumando melodías al pulso de los tiempos,
junto al vagido macilento
de una fiel yunta de overos relamidos.
¡Oh carreta de mi tierra, de mi patria!
sentada sobre tu cuello de fuerza resignada,
me sorprende la unción de la tarde
desempolvando alas de nostalgia,
tejiendo una a una con tus lágrimas,
las trenzas lejanas de mi infancia.
Alejandrina
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