Resguardo mis palabras para la muerte.
Archivo las sílabas en pesados almacenes.
Despacho las pausas dramáticas con pelos y señas.
Concateno las inhalaciones a reembolso
Y conservo a buen recaudo estampillas de semántica.
Prisionero de un rigor mutis de los que cómodamente
Calcinan todo el foro,
Sólo me resta en los oídos la grasitud de las pieles
De algún enamorado,
Los atisbos de luz centinela y el olor a pan
Desflorándose en la esquina tras una larga noche.
Como sofocado por una lejana pesadilla,
Atestiguo a las palabras que se amontonan siendo polvo:
Inservibles, inútiles, impregnan el aire y las cortinas
Con un vaho de repeticiones arrepentidas,
De sustracciones, de camposanto en cuotas fijas.
Sólo servirá para que un pie
Descalzo, incauto, ignorante y libre,
Siembre con su huella un contorno
Donde habite
El desgarro silencioso que hace la vida.