Es intrínseco este sueño que basta con echar el mal de cabeza a sus propios rigores y plantados dejarlos en la áspera memoria y percatarse que el espanto y el recelo aun atosigan en mi somnolencia y quiera dios fuera solo un sueño, uno efímero, estático y sin esencia.
Pero el sueño agudiza los oídos y oscila los sentidos, deja rastro en poros heridos por la ausencia de un ser sereno, precioso y perdido en mi copulo afligido donde yacen los sentidos; Daña la amapola a través de mi insolencia, encaja la ira en un día lleno de vida y docencia.
Impertinente ha sido mi devoción, mi veneración insensata, los impulsos y los dolores, mas no del mal y de la infamia, más no ahora; Sabía vagamente el nombre de la inocencia perfecta, sabia de sus luceros, cilíndricos anillos de azul efervescencia.
Sabía que su dermis, semblante del rosa en plena opulencia es el blasón de la pasión en latencia, que al rayo de luna febril se esparciría; Pero no sabía de su materia ni su sustancial de la razón, el frenesí de sus ánimos o latidos de su corazón.
Algo igual debe acontecerle al poeta en el verdor de su inspiración, una fuerza instintiva que atraviesa a la razón, belleza taciturna que despierta en medio de la iluminación; vana, desmentida por la negación de sus pestañas, castigo de su privación.
Cual bella era, ningún retrato ni su simbólica belleza respetaría idea de cuál era ella, me parecía la vida el pétalo fracturado del seno de un poema, daría entero una milla en el umbral de la muerte por un susurro a su mejilla; ¡Ay! que peso me daría la vida por pensar en su sonrisa, que yo daría la vida
por ser parte de su risa.
-Jesús Alberto Vazquez.