luisa leston celorio

NAVIDADES DE AYER Y HOY

 

No era una familia pobre, ni tan siquiera humilde en el sentido económico, era una familia sencilla, trabajadora, muy trabajadora. Tenían su propia casa- un regalo de boda de la abuela a la madre de Marta- Unas hermosas fincas les daba el sustento de legumbres, verduras y tubérculos para el año, además del empleo de su padre y la buena labor de su madre no solo como ama de casa, sino que también en el sentido económico ya que se le daba muy bien los negocios, la compra y venta de los productos del campo.
Pero en el hogar de Marta cayó en la más triste de las penurias- la enfermedad- Primero enfermó su padre, durante dos años su madre fue la que con grandes sacrificios sacó la familia adelante. La sanidad en los años 50-60 no estaba al alcance de los ciudadanos que no tuviese medios para poder costeársela. La Seguridad Social por aquellos tiempos no era universal, y aun eran muchos los medicamentos que no eran costeados. De esta manera el especialista y las medicinas que sacaron a su padre de su enfermedad fueron sufragados con los ahorros familiares.
Un año más tarde fue y Marta la que se enfermó, precisamente dos meses antes de hacer la primera comunión. El antibiótico lo había que adquirir en Madrid y desde allí ser enviado a Oviedo, por lo tanto había que pagar todos los costes de trasporte junto a la medicación.
Sus padres por consejo de una persona muy querida en la familia decidieron llevarla a otro doctor, y este les sugirió que no le inyectasen el antibiótico ya que la niña no padecía Meningitis, sino que su mal era Congestión Cerebral- es decir, una grave insolación-
Durante meses el doctor le estuvo tratando y el coste económico fue muy grande. El antibiótico al final fue guardado en casa ya que en la farmacia no se hicieron cargo de recogerlo. Unos meses más tarde sus padres se lo regalaron a una familia que lo necesitaba y no tenía medios para comprarlo para su hijo, que sí padecía Meningitis.
Cuando parecía que la familia iba superando los problemas de salud fue la segunda de las hermanas la que se contagió de fiebres Tifoideas –Por aquellos tiempos había por la comarca una gran epidemia de aquella grave enfermedad. De nuevo la economía se les resintió, pero jamás Marta ni sus hermanos han sabido lo que era sufrir carencia alguna ya que sus padres lucharon con todas sus fuerzas para que a sus hijos no les faltase lo necesario.
Tenía Marta diez años cuando su madre cayó enferma de Pleuresía. Nuevamente el antibiótico fue protagonista en su casa-Por entonces ya era popular el Farmapen y Amapen , también la Edrecida- pastillas que su madre tomaba para ayudarla a reponerse.
Los viajes a Oviedo a visitar al doctor Don Fernando Landeta , y Don José Cosio eran frecuentes , y los costes comenzaron a hacer aún más meya en la economía familiar. Mientras Marta y sus hermanos gozaban de un buen sustento sus padres veían menguadas las posibilidades de disfrutar de cosa alguna que no fuesen esenciales.
Su madre sabía llevar la situación con paciencia y esperanza, era tremendamente luchadora y positiva, pero su padre comenzó a renegar y en vez de luchar dejó caer los brazos.
A causa de la enfermedad y las continuas lamentaciones de su padre su madre se derrumbó, y a Marta le tocó tomar las riendas de la casa. La depresión fue hundiendo a su madre en una tremenda tristeza y su padre evadía sus problemas a su manera.
Pese que su madre estaba muy enferma no dejaba de estar pendiente de la familia y en concreto de sus hijos. El problema era que en vez de reponerse de la Pleuresía parecía empeorar, el dolor en el costado al respirar la agotaba, y el temor a contagiar a sus hijos y la falta de apoyo la hacía cada vez más débil.
Una bronquitis mal curada había sido la causa de su enfermedad, aquella bronquitis que arrastraba desde hacía tres años, pues por estar en cinta el doctor no la había querido tratar por si acaso perjudicaba el feto, o el buen transcurrir del embarazo, de esta manera cuando dio a luz ya se le había hecho el catarro crónico.

 

 

Así fue como las navidades de 1960 se convirtieron en las navidades más penosa que jamás habían vivido Marta, y jamás volvió a vivir, a pesar de que otras navidades muy penosas le ha tocado sufrir.
Por aquellos tiempos su hermano tenía dos años, su hermana siete y Marta, once. Ya por entonces se sentía responsable del bienestar de la familia, Marta no sabía si era por convicción o en cierto modo por imposición a causa de las circunstancias.
Aquella tarde del 23 de diciembre de 1960 cuando su padre termino la jornada de trabajo decidió ir a trabajar unas horas a otra empresa para comprarles los turrones y los reyes, pues con el sueldo que ganaba no se podía hacer milagros ya que la farmacia y los médicos se llevaban buena parte del.
Un temporal enorme, con rayos, agua y mucho viento hizo de aquella noche un infierno. La luz se fue a consecuencia de la caída de cables, y aún peor, el enorme vendaval había derribado un poste de la luz que cayó sobre el alero de la casa haciendo gran estruendo y moviendo parte de las tejas. No tardaron en percatarse de que entraba agua en desván y esta terminaba arroyando por la pared de unas de las alcobas.
Marta y sus hermanos temerosos y muy angustiados se a acorrucaron al lado de su madre que estaba en la cama con mucha fiebre, ella tapo su boca con un pañuelo para no contagiarles y les acogió contra su débil cuerpo mientras rezaba pidiendo a Dios volviese a casa con bien a su marido.
Por un rato se hizo el silencio, parecía que la tormenta quería darles un poco de tregua para poder respirar más relajados. Fue en ese momento cuando escucharon abrir la puerta de la calle. Marta salió corriendo al encuentro de su padre, pero no era él, sino que era su tío que iba a ver como estaban ya que sabía que su cuñado no se encontraba en casa. Tras echarle una regañina a Marta porque la lumbre no estaba muy avivada y atizar el fuego les dijo que estaba al llegar un taxi para llevarlos a él y su mujer; es decir-, a la hermana de su madre- para la capital ya que iban a pasar la Noche Buena con su familia, y también les dijo que sus primos se quedaban con la abuela.
Marta le iba a decir a su tío que habían sentido un enorme ruido y que por la ventana del la habitación habían visto que el poste estaba apoyado en el alero de la casa, pero su madre le indicó que me callara y de esa manara él se fue sin saber lo ocurrido, así que con un deseo de que pasasen una feliz Noche Buena y que ella no dejase apagar el fuego se fue.
Un rato más tarde llegó su padre, Marta ya había dado de cenar y acostado a sus hermanos a la luz de unas velas. Su padre se sorprendió de que no hubiese luz ya que en el resto del pueblo ya había llegado hacia un buen rato, también le extrañó que no la tuviesen en el vecindario cercano. Fue así como le contaron que el poste que estaba en la huerta se había caído, y que arrollaba agua por la pared de una de las habitaciones. Su padre les preguntó si no habíamos avisado a sus tíos.
No quise decirles nada –dijo su madre-, se iban y cuando estuvo aquí Galo ya estaba trajeado, así que no era cuestión de molestarles, además pensé que no tardarías tú en llegar.
Su padre cuando supo que se fueron y les dejaban en aquellas condiciones y que su hermana ni se había dignado a ver como estaba ella y sus sobrinos, y que para más colmo ni la abuela se preocupaba en ayudarles se enojó mucho, tanto que elevó la voz hasta el punto de que esposa se sintió muy afligida, y como al respirar le dolía tanto en costado se desvaneció.
Una vez calmados los ánimos y su madre un poco recuperada con apenas un hilo de voz le pidió a Marta que le diera la cena a su padre, añadiendo que ella no podía cenar nada en aquellas condiciones, y Marta también añadió que ya había cenado-mintió-

A Marta le costaba mucho abandonar la habitación donde su madre yacía en la cama, temía que volviese a quedar privada, aun estaba muy pálida y ojerosa, pero no tuvo más remedio que obedecer. Cuando se dirigió a la cocina su padre ya estaba sentado a la mesa, al ponerle el plato sobre ella él se le abrazó a y comenzó a gemir a la vez que le decía en baja voz: -Tu madre se nos va hija, tienes madre para poco, tengo mujer para poco…- todo esto mientras sollozaba sobre su hombro.
Marta sentía deseos de abrazarlo y llorar con él, pero no, no podía, ella tenía que ser fuerte, su mamá no podía oírles ni verle llorosa, y tampoco sus hermanos.
Marta no sabía cómo en uno momento pueden pasar tantas cosas por la mente; a Marta le angustiaba pensar que su madre podía morir. Un amargor en la garganta no le dejaba coger aire, le dolía el pecho y sentía tremendas ganas de gritar. A la misma vez una sensación de compasión y rabia le invadía, aun no sabía de esa frase de (amor odio), hoy ya es conocedora de ella y esas palabras describe perfectamente lo que sentía hacia su padre. No cesaba de preguntarse como él se había enfadado tanto con su madre por causa de sus tíos si ella no era culpable, y aun peor, si él estaba tan seguro de que a su madre le quedaba poca vida, como pudo ser con ella tan duro, tan cruel.
Su madre algo sospechó que estaba sucediendo en la cocina, y con voz muy débil preguntó que ocurría; Marta le respondió titubeando: Nada mamá, solo es que el fuego se ha apagado y papá me lo está señalando. Marta no quería que su madre supiese cuales eran los temores de su padre.
Su madre le requirió a su marido que dejase a la criatura, que ya había tenido bastante sobre sus espaldas para lo niña que era. Él miró a Marta perturbado, no sabía que decir, pero al final le siguió el juego.
Después de ese día Marta pasó doce años temerosa de que llegase ese fatídico día, pasó el resto de su niñez y primeros años de su juventud pendiente de su madre con mucho temor a que en cualquier momento se fuera, se muriese por causa de ella no haberla cuidarla bien.
Bien es cierto que su madre salió de aquella penosa situación, pero ya nunca más su sonrisa que siempre había sido sincera, esplendida, volvió a llenar de alegría su hogar. Su mirada que había sido la luz de su morada dejó de brillar. Aquellos dos luceros que adornaban su placido rostro se había tornado en comunicadores de tristeza, a la vez que su cuerpo jamás volvió a recuperar su lozanía.
Con tan solo cuarenta y siete años se dejó morir sin luchar, sin poner resistencia, sin un quejido, ni una sola palabra que acusase malestar ni miedo.
Solo pasaron once años cuando Marta tuvo que dar la razón a su padre, aunque haya tardado algo más de lo previsto por él, su madre se fue.
Al final Su madre había liberado a su padre y él pudo vivir muchas otras navidades sin medicaciones que costear, sin tormentas, sin goteras en el tejado, sin unos hijos que mantener, por lo tanto sin penalidades, y gozando de de una placida vida en aquella casa donde su esposa tanto le había entregado, tanto amor había sembrado, en aquella casa de su de su difunta esposa que tanto le había amado. Su padre fin dejó de tener que luchar por una familia, pero jamás volvió a sentir el verdadero amor.
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Han pasado muchos años, y jamás Marta pensó que aquellas penalidades que la vida, el destino, el demonio o la Cruz que Dios dispuso que muchas familias llevasen a cuestas volviesen resurgir.
Pero ve como hoy de una u otra manera se repiten historias semejantes, no necesariamente han de ser un calco, pero el sufrimiento es el mismo. Las penurias económicas por las que hoy pasan un sinfín de familias les llevan a sufrir mil y una calamidades. Tampoco hoy la seguridad social les cubren los gastos necesarios. Sus pequeños ahorros se los llevan los médicos y las farmacéuticas. Las injusticias son tan graves como aquellas que se daban en los tiempos de posguerra y como en aquellos momentos que algunos recuerdan como gloriosos, y como en aquellos momentos, aun es peor para quienes no tienen una casa en propiedad, ni un centavo ahorrado porque la vida ni esa oportunidad les ha dado.
Marta observa muy dolida la cantidad de familias que hay a su alrededor que para ellos la navidad será un momento de angustias, pero como han hecho aquellos padres de los años 50-60 trataran que sus hijos puedan disfrutar en la medida que pueden de las engañosas fiestas, engañosas porque todos se desean mucha felicidad, pero nadie se ocupa de saber si hay un poquito de turrón, un juguete, o la medicina necesaria en casa del vecino, si el fuego está avivado o por contrario mortecino, si bajo de las tejas de aquellas familiares hay unos niños dichosos o llantos acallados, o bien goteras que hielan el alma.
Marta observa mientras esto ocurre que hay quien presume de que si su situación económica es buena es porque ellos han luchado; como si las personas que están viviendo penalidades fuesen todos una vagas, como si no hubiesen luchado toda su vida por alcanzar una posición acomodada, o por lo menos, una posición digna para su familia.
Porque no paran a pensar que quizás lo que les ha faltado a esas personas es una mano poderosa que les apoyase, o haber nacido en un ámbito que les diese oportunidades en vez de habérselas negado. Ella sabe que hay muchas cosas que pueden perturbar las vidas de las familias y pocas, o más bien ningunas que ayuden a los que por no sé qué razón otros les impone vivir maltrechamente, y mientras se vanaglorian de sus logros menosprecian, critican e incluso aborrecen a quienes parece molestarles con sus pobrezas.
Lo más lamentable es que con tal de salvaguardad cada cual su acomodada posición niegan lo que es evidente mirando hacia otro lado para no sentirse incómodos. Para acallar sus conciencias se les hace sentir culpables de su penosa situación, y esto lo hacen lo mismo aquellos que un día sufrieron penalidades, que los que vivieron sin saber lo que es luchar desde niño por alcanzar su meta, que en la mayoría de los caso no es otra que alcanzar un trabajo digno para poder formar una familia.
Lo mismos ateos que creyentes, lo mismo los que tienen un ideal político que otro, lo mismo cultos que incultos, lo mismo “señores” que “vasallos” son dados a mirarse el ombligo y negarse a que nadie toque su bienestar aunque sea para algo tan loable como seguir las palabras de Jesús; ese Jesús del que nos vanagloriamos en seguir las gentes de fe. Lo mismo que aquellos que se erigen como salvadores de la patria. Patria que para ellos parece ser que es un suelo, pero no sus habitantes.

Desde esta sentida reflexión, desde estos sentidos recuerdos Marta ha trata de sacudir las conciencias de aquellos que se niegan a acoger emigrantes y exilados, a ayudar a familias aun siendo cercanas y que están en desamparo.

(Muchos dirán ¿Qué tienen que ver esto con la historia narrada? Pues mucho, muchísimo. Veamos, si no queremos ver lo que tenemos a nuestro lado, si no somos capaces de tender una mano a un familiar, a un vecino, una mano que no siempre ha de aportar dinero, sino que tan solo en algunas ocasiones es suficiente un poco de ternura, compañía, un abrazo sincero.

Desde estas perspectivas ¿Cómo vamos a ser capaces de acoger a quienes no conocemos, a quienes miramos con recelo, a los que llegan de otros lugares lejanos? ¿Cómo vamos a sentir un mínimo de empatía hacia nuestros semejantes.

Y para más burla, somos tan osados que no cesamos de elevar al cielo aleluyas…
Dios nos perdone. Que Jesús, ese Jesús al cual celebramos cada año su nacimiento nunca llegue a reprocharnos nuestras vilezas, nuestros engaños, nuestros festejos en su nombre, nuestros disfraces de corderos, corderos muy apropiados para montar un Belén de quita y pon, como nuestros bonitos trajes de Preta –Porter)