Le hablo al hombre que más me lastimó, a ti querido, a quien tal vez amé sin saber lo que era amar. Te podría reprochar tantas cosas, podría echarte la culpa de todo lo que no pasó. Sin embargo, sólo puedo agradecerte. Gracias por las emociones tan dolorosas y tan intensas, gracias por los versos que sin darte cuenta me suspiraste al oído. Gracias porque en este túnel de tinta, tú fuiste el papel en el que impregné tanto deseo. Me diste pequeños infinitos que pudieron haber durado más; sin embargo, ni tú ni yo luchamos. Nos dejamos consumir lento y en soledad. Hoy no puedo querer por miedo, no me atrevo a hablar de lo que siento porque fue con palabras que me destruiste y absorbiste la poca energía que quedaba en mi mirada en aquellos días. No cambiaría nada de nosotros (si es que algún día hubo un nosotros). Haría exactamente lo mismo porque los días han cambiado y yo cambié con ellos. Nos perdimos tan lento que nos conocimos en cada sombra, pero no en cada luz. Hoy lo entiendo y agradezco el estar aquí sin ti. Habría estado enferma si seguía a tu lado. Ebria de ti, drogada de oscuridad, de espalda a la luz. Me habría ahogado en tus palabras que me hacían frágil, diminuta... Perdida en tu hermosa melodía, esclava y cautiva de tu aparente sabiduría, de tu horrible belleza, de tus labios de hojas secas, de tu sabor a otoño.