Dichosa pastorcilla, que recorres caminos,
sin transitar, con tu zurrón de miel, clavo y uvas,
entonando canciones de lluvia fresca
a un Sol que alumbra el mundo de Verdad.
A cada paso, te nutres de esperanza;
fijas tu mirada en una lejana estrella,
que te guía entre arbustos y madreselvas,
hacia la refulgente Luz del universo,
que, en un humilde pesebre, nació en la Navidad;
la inocencia acunada entre arrullos de bondad.