Rompimos el techo de tanto mirarlo.
La rutina de los astros
y la obscenidad del mundo actual
resultaron ser la causa
de nuestra demora amatoria.
Entre los lienzos
y los vaticinios apocalípticos,
nos sentimos escabrosos tú y yo,
como los organismos que no aspiran
a continuar existiendo sobre fibrosos terruños
donde moran las imágenes embusteras.
Dos cuerpos que se dan cuenta
de que hay aire tras un seno desvergonzado,
bajo un sollozo hosco o entre la ágil mirada
del otoño que impugna lo caduco.
Rasgamos el techo de tanto mirarlo
al tiempo que las milicias acuchillaban
los últimos gramos de nuestra ingenuidad.