Es inútil;
no me despertará la mañana
ni el goce de la noche me traerá su calma:
estoy hecho de trincheras,
de incendios tan distantes que parecen pequeñas jugadas
al borde del universo.
Soy opaco a los guiños de la vida;
no conmueven mi pesada sustancia los relámpagos que braman la tormenta.
Así he pasado los años.
La ciudad que tanto amé ha quedado cercada,
como una barca a punto de caer:
alguien se apodera de ese pájaro que rompe el sol y seduce.
Yo vi el amplio corredor de estrellas estampado en la distancia,
me interné en la selva entreabierta
a esperar el sermón a los muertos,
las brasas de cada despedida.
Obtuve, sí, la sorpresa de mi fuga en tránsito,
y el calendario de agua visitado por el tiempo.
Sospecho que algún ángel brotó su cuerpo en inhóspito camino,
y me baña de color hasta sangrarme.
G.C.
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