No hay quehacer más ingrato
que este oficio obligado de estar vivos
y además
poner cara de imbécil o aguantar que la gente te pregunte
qué te ocurre o qué haces
cuando bajas los ojos y te muerdes las uñas.
Bien sabes que no tienes opción y que las normas
del juego están trucadas,
que esta guerra
no contempla armisticios ni consiente
treguas provisionales,
que mañana es tu día y sólo puedes
elegir el color de tu amargura y esperar que una voz
suavemente
te llame.
Si al menos te dejaran dar un golpe en la mesa,
clausurar de un portazo el universo
y después
blasfemarle a la muerte y gritarle que no insista,
si en tus manos tuvieras escoger cómo y cuando,
no lo sé, pero acaso
eligieras ser nada,
polvo o piedra,
no haber venido a un mundo de una infancia tan breve
ni haber amado a nadie
ni haberte molestado en aprender un lenguaje que tenía
las sílabas de plomo.